Jorge Burón, crítico literario: «La crítica cultural se volvió complaciente, pero al menos dejó de ser bravucona»

Hablamos con una de las firmas de la nueva crítica literaria que más merece la pena leer hoy. 

Puede que no vivamos el momento más apasionante de la historia para leer crítica literaria en español, pero al menos tenemos a Jorge Burón, un autor al que descubrimos por algunas piezas muy memorables publicadas en Sustrato, y que de una forma u otra acabó devolviéndonos la fe en el género. Fruto de la curiosidad por su manera de leer y por saber más acerca de lo que ocurre en su cabeza surgió la posibilidad de esta conversación. Allá vamos.  

P. A menudo se suele pensar en la crítica literaria dura como una cosa de tíos; algo de otra época (no sé, pienso en La crítica literaria en los noventa, de Miguel Alcázar, y algunos artículos que se han escrito sobre por qué la crítica cultural es muy complaciente y ya no se atreve con la industria, más aún en un entorno tan enano como es el mundo editorial). ¿Es posible un punto intermedio, entre el resentimiento contra el presente y la aportación de un cierto criterio?

R. Seguro no me parece una cosa de tíos, en principio no pienso que la actitud crítica tenga que ver con el género. Que ciertas actitudes o tonos más beligerantes o de confrontación puedan resultar más fáciles a los hombres porque se nos ha criado para alzar la voz, confrontar, no evitar el conflicto, desde una cultura machista que nos asigna ese rol y se lo limita a las mujeres, es algo que viene señalando el feminismo desde hace décadas y es un análisis que comparto absolutamente. Para mí puede ser más fácil, pero nada que ver con cosa de tíos o algo masculino. Eso son tendencias que se corrigen con facilidad, la reflexión crítica es algo que me parece valioso social y culturalmente y perfectamente repartida en todos los ámbitos e identidades que conozco.

En cuanto a la crítica rigurosa sin resentimiento es quizá el aspecto sobre el que más he reflexionado en estos meses. Si podemos identificar que se ha perdido cierta mordacidad y exigencia desde esa crítica noventera (e incluso lamentarnos por ello), también tenemos que agradecer que se ha limpiado mucho de bravuconadas y desaires innecesarios el mundo de la cultura, que antes eran mucho más habituales (algo que sí me parece más marcadamente «cosa de tíos»). Siguen estando Boyero o Pérez Reverte por ahí para cagarse en la madre de quien sea o decir algún «gilipollas» que tanto les desahoga, pero por lo demás ha mejorado bastante el asunto.

Yo quiero pensar que se puede ser mordaz sin ser ofensivo, ser crítico y educado, hablar con precisión pero también con humildad. En crítica me parece que eso se consigue poniendo el objeto cultural en cuestión por delante, en este caso el libro, en otros el disco, o la película, o la fotografía, y dejar de hablar de personas. Es difícil en un campo cultural basado en caras y nombres propios, pero pienso que es una vía para poder clavar el cuchillo en un objeto y no en una persona.

¿Cómo describirías tú la industria literaria en 2025, y la literatura verdaderamente valiosa en este mismo tiempo?

R. La industria literaria la conozco desde fuera y me puedo equivocar. Mi percepción, ya digo, exterior, es de una enorme inflación. Una idea de la literatura festiva, laudatoria y fetichista, donde el gramaje de la página, el brillo de la portada y ciertas caras conocidas mantienen en marcha una maquinaria que a mí personalmente me sorprende mucho que se sostenga económicamente. El precio cada vez más alto de libros cada vez más breves (y preciosos, la verdad sea dicha) me hace pensar que el objeto libro se ha convertido en un objeto fetiche, una medalla que da prestigio social y un sistema a veces más de imagen que de texto, creo yo.

Esta burbuja en principio no tendría por qué ser más negativa que cualquier otra burbuja: el día que pinche caerá un sector comercial y habrá puestos de trabajo en juego. Pero cuando lo que está generando ese crecimiento es que en vez de abrirse el campo, cada vez se cierra más y de forma tan nepotista, entonces sí afecta a la literatura, creo yo. Los mismos sellos editoriales, con los mismos autores de moda, sostenidos por los mismos promotores culturales y difundidos por los mismos medios de comunicación cierran filas, se complacen mutuamente y celebran sus virtudes, porque saben que hay pastel para todos, y qué necesidad habrá de molestarse mutuamente mientras siga la fiesta.

Yo intuyo que esa burbuja la produce principalmente la cultura del festival, tan en boga en todos los ámbitos y también en el literario, las redes sociales capaces de viralizar cualquier contenido, el abaratamiento y simplificación de la labor editorial gracias a las herramientas digitales, y la personificación de la cultura (igual que en Instagram, hay que poner una cara para que el algoritmo funcione). Sin embargo, es curioso que esos mismos procesos son los que están produciendo lo que podría ser una edad dorada editorial y literaria, al menos en el mundo hispano.

Por fin parecen más o menos conectadas la industria española y latinoamericana y se puede hablar de una literatura hispana con vasos comunicantes sólidos, los festivales permiten poner en relación autores de ambos lados del atlántico. Las redes sociales pueden levantar un libro absolutamente anónimo no aupado por ningún grupo ni medio grande solo por su calidad e interés. El abaratamiento y simplificación de la labor editorial permite que crezcan como setas las editoriales de autor, con un solo editor muchas veces que marca un estilo y guía un catálogo literario, en ocasiones de altísima calidad, riesgo y originalidad (La uÑa RoTa, HyO, Ultramarinos, etc.). Ahí está eso que podríamos llamar «literatura verdaderamente valiosa», al menos la más arriesgada, la que abre territorio y explora nuevos lenguajes.

Para mí la conclusión es que estamos en un momento literario de altísima calidad e innovación, quizá no tanto en la cultura más hegemónica, pero sí muy cerca, al ladito, vaya, ocupando incluso escaparates de librerías grandes y espacio en las cuentas más populares de bookstagramers.

P. ¿Lo mejor y lo peor para ti de lo que está ocurriendo en la producción literaria ahora?

R. Como he dicho antes, lo mejor la renovación literaria arriesgada que permite tanta proliferación de editoriales independientes, que nacen y mueren, pero por el camino dejan títulos y autores fundamentales, y algunas incluso consiguen gracias a un éxito o dos estabilizarse y ganarse su hueco entre el público más amplio (ejemplo: Acantilado o Impedimenta). 

Lo peor podría ser el compadreo y comadreo de los espacios culturales donde una crítica siempre resulta ofensiva, de mal gusto o innecesaria y solo se acepta el comentario laudatorio. La cultura del festival.Pero tampoco es para tanto, si la fiesta y las buenas formas son lo peor de nuestra cultura no estamos tan mal.

Que toda la crítica sea por puntuación y estrellas, tampoco me encanta, pero la nostalgia en cultura me parece de muy mal gusto y bastante carca. Las cosas cambian y seguro que también aporta algo positivo ese tipo de tabulación. Me cuesta verlo.

Y luego hay algunos problemas muy denunciados que a mí no me parecen tan graves.Es cierto que ya todo podcaster tiene su novela publicada, y que en muchos casos son excelentes comunicadores, pero no tan buenos escritores. Pero en los noventa que hemos estado vanagloriando no había columnista que no publicara una novela, y de hecho los que siguen vivos ahí siguen con su columna en El País o el ABC y su puntual novela al año, que ya están ahí Espasa o Destino o si eres modernete Círculo de Tiza para sacarla.

Se habla mucho del uso de la imagen de los autores, muchas veces más publicitada que el propio texto. Pero ya Lord Byron construyó un fenómeno fan alrededor de su imagen estrafalaria, muy medida y con apariciones públicas constantes donde era más importante él que sus poemas. Y aparte, es un poco hipócrita, porque ¿no estamos acaso todos con la lengua fuera a ver si nos dan un podcast o nos publican una novela? Nos jode porque pensamos que podríamos ser nosotros y no ellos. Sí, el libro es un fetiche, y parece vulgarizar la literatura, pero luego a todos nos hace mucha ilusión que nos publiquen, y hacernos la foto con el libro, y la subimos a redes. No sé. 

Quizá la precariedad de los autores es algo más grave y denunciable. No lo conozco de cerca, pero se comenta que las condiciones no dejan de empeorar. Lo denuncio, como cualquier precariedad laboral, pero por desgracia eso a la calidad literaria le da igual. No me acuerdo quién decía que la literatura tiene la mala costumbre de mejorar en las peores condiciones políticas. No estoy romantizando nada. Que mejoren los adelantos y se pague bien, faltaría más. Pero no conectemos cosas que la historia parece demostrar que no están conectadas, como calidad literaria y justicia social.

P. ¿Qué define para ti una buena novedad editorial? ¿Y un buen clásico?

R. Una buena novedad editorial para mí es un libro que me cueste un rato entender, que no sepa bien cómo leerlo, porque está abriendo un camino, probando unas mañas, recursos, formas que no son los convencionales y por lo tanto requiere al lector un trabajo acceder a ese universo, o a ese lenguaje, o a esa estructura, o a esas palabras.

Dicho en abstracto parece muy artificioso, pero son libros que pueden ser sutiles, nada estrambóticos ni pretenciosos. Estoy pensando (algunos son más recientes que otros) en el efecto que me produjo Dysphoria Mundi de Paul B. Preciado; o Facsímil de Alejandro Zambra; o 124 huecos de Begoña Méndez; o Kuxmmannsanta de Angélica Liddell. Es una perspectiva muy personal, entiendo que la innovación o el riesgo no es el único valor literario, pero en el momento de quiebre histórico que pienso que estamos viviendo sí me parece relevante una literatura quebrada, y me parece que la hay y muy buena.

Con un clásico diría algo parecido. Borges decía que un clásico es un libro que ya sabemos que es bueno antes de leerlo, al que vamos «con previo fervor». Yo diría que que también es un libro que ya conoces, y cuando lo lees descubres que no lo conocías, que es mucho más, o muy otra cosa a lo que tenías en tu referencia cultural (que creo que es más o menos lo que decía Calvino).

Para mí, la experiencia más fascinante de leer la Ilíada, o el Quijote, o Fausto (libros que dan un poco de pereza, seamos sinceros, a veces están llenos de polvo en nuestro sistema cultural, y cuesta pararse a ese lenguaje, esa distancia, esa densidad) es la cantidad de sorpresas que te llevas formales, psicológicas, de referencias o matices culturales, de reflexiones o ideas que no situabas en esos tiempos, o en esos autores, o en esas culturas, y hacen de la lectura pausada y atenta de clásicos, una cosa bastante más punkarra y radical de lo que esperabas.

Volviendo al ámbito editorial, la labor que está haciendo Blackie Books con su colección de Clásicos Liberados me parece ejemplar, porque ayuda a recibir esos textos desde esa perspectiva más salvaje, más intensa; y las críticas que están recibiendo desde algunos sectores me parecen un lastre para nuestra cultura. Quien quiera leer solo en Gredos o en Cátedra, enhorabuena por su erudición, pero yo intentaría no alardear.

P. Hablemos de los lectores: recientemente, hiciste una crítica bastante dura y legítima a ‘La península de las casas vacías’. ¿Tú crees que los lectores que compran el libro disfrutan autónomamente del libro, o hay un fetichismo del libro («dado que X prescribe que este libro es bueno, el libro ha de ser bueno, y por tanto yo también procedo a hacer eco del mensaje»)? ¿Puede un lector que no lee muchos libros al año tener un buen criterio lector?

R. Creo que hubo algo de esa crítica a La península de las casas vacías que no se entendió o yo no supe expresar. Yo no criticaba el libro tanto como el hecho de que hayamos aceptado en el campo literario español este título como la cima de la novela de los últimos 10 años, punta de lanza de nuestras letras. Como decía en la crítica, a mí me parece un libro conservador en su forma y tópico en su análisis de la Guerra Civil o el espíritu social del ser humano. Por lo demás es una novela bien escrita y entretenida que entiendo que se haya ganado al público. 

Tampoco me parece un problema que determinados libros de calidad media que tocan una fibra sensible de tal cultura se conviertan en best-sellers literarios. A mí me gusta mucho La casa de papel, me entretiene, y en un momento dado tocaba con una euforia social contra el sistema (aunque la serie estaba empaquetada y promocionada por ese mismo sistema). Nos la comimos todos y lo pasamos bien. ¿Qué problema hay?

Es cierto que la viralización, cierta espuma que tiene hoy en día la literatura, puede que interceda en nuestro criterio, porque si te pilla el algoritmo bombardea desde todos los flancos y la estética de los libros, las portadas y demás inciden en nuestro criterio más de lo que querríamos reconocer. Igualmente fenómenos de moda y de fiebres por un determinado título ha habido siempre y, ¿quién lee hoy en día Bélver Yin o Historias del Kronen?

Lo que sí me parece que puede ser enriquecedor es saber diferenciar lo que es un producto bien hecho y entretenido, de una propuesta artística que rompe barreras, expande el territorio de nuestro lenguaje, desarticula y rearticula nuestro modo de ver y pensar. Eso para mí es literatura, lo otro entretenimiento; y repito, el entretenimiento está genial.

Sobre si se puede «tener buen criterio lector» leyendo pocos libros. Me parece que tener buen criterio lector es la cosa más difícil del mundo. Si cogieramos los textos impresos en Din A4, Arial 12, sin portada, ni título, ni autor, ni editorial, creo que nos daríamos cuenta de lo difícil que es «leer bien», identificar un buen texto o incluso saber qué es un buen texto. Así que el «buen criterio lector» es difícil para todos. No soy defensor del cuanto más mejor.

P. Formas parte de la generación millennial, ya casi en el travesaño de los Z, un arco cuyo canon es mayoritariamente femenino, y descentralizado. ¿Crees que este movimiento en la aguja se debe a la comunidad lectora (suele decirse que las mujeres leen mucho más que los hombres), al mercado (la industria detecta tendencias que se explotan hasta su agotamiento), al genio literario (verdaderamente hay más talento entre las mujeres que en los hombres) o a una mezcla de todo?

R. Creo que este movimiento en la aguja se debe a que la cuarta ola feminista es uno de los fenómenos político-social-histórico más importantes de lo que llevamos de siglo XXI, y eso hace que la realidad femenina y la perspectiva feminista (incluyo género, identidad, orientación, colectivo lgtbi) sea la perspectiva más interesante y más afilada para mirar nuestro mundo.

Yo, a día de hoy, entre las novedades, los libros que más me terminan interesando son casi siempre de mujeres y personas trans. Yo soy un hombre blanco cis, pero los libros de Mariana Enriquez o Paul B. Preciado o Angélica Liddel me explican mi realidad, mi incomodidad conmigo mismo y la inquietud de mi tiempo mucho mejor (casi siempre) que los escritos por personas que coinciden con mi identidad social. No significa que escriban mejor por ser lo que son, pero si la calidad literaria está ahí (eso lo doy por descontado) la realidad de tal sujeto que ve este mundo desde ese lugar particular tan clave hoy en día, para mí, es más relevante, interesante y estimulante.

Aparte está el mercado. Seguramente hoy se publican más mujeres (no tanto a las otras realidades discriminadas que mencionaba antes, creo yo), y se promocionan más mujeres porque se vende más mujeres. ¿Y qué problema hay? Hablando en términos literarios (y solo en términos literarios) en el siglo XIX (casi) solamente publicaban hombres blancos burgueses y eso no afectó en nada a la calidad literaria, era el siglo XIX, y el hombre blanco burgués era la realidad sociológica más relevante, y ahí están las obras maestras que todos conocemos y que seguimos leyendo (yo al menos), misóginas, racistas, clasistas y muy muy buenas (literariamente). Ojalá el siglo XIX hubiera sido más justo y hubieran hecho más revoluciones aún, pero si hablamos de calidad literaria, no es relevante, ni para bien ni para mal, quién escribe. El ámbito político y social es otra cosa, pero yo de política dejo hablar a los que saben.

Entonces cuando hoy se dice que si solo se publican mujeres nos estamos perdiendo grandes obras literarias escritas por hombres blancos cis hetero, pues mira, no sé. Primero es mentira, hasta donde sé tampoco es tan grande la diferencia de publicación entre hombres y mujeres; y segundo, a la literatura le da igual. La calidad va a seguir ahí. Y seguramente cuando dentro de doscientos años revisen la literatura de comienzos del siglo XXI verán un panorama muy marcadamente femenino, con obras maestras igual de buenas que el marcadamente masculino siglo XIX (cosa que estos señoros escandalizados con el feminismo cultural no quieren que se toque). Así que por mi parte, como supuesto damnificado, no hay problema.

P. Recomiéndanos libros de esta década que verdaderamente te hayan emocionado.

R. Ya he mencionado algunos. Dysphoria Mundi de Paul B., la trilogía del luto de Liddell, pero también Lectura fácil de Cristina Morales, Las partes de Rodrigo Fresán o El cielo de la selva de Elaine Vilar madruga, también son libros que creo que quedarán.

Tengo especial predilección por Mariana Enriquez, una autora que demuestra que la innovación no tiene por qué ser estrafalaria, ni vanguardista, ni experimental. Escribe novelas casi convencionales, pero lo que hay ahí dentro es dinamita, y además su figura de autora dentro de este mercado festivalero de vender la imagen de la autora, politización, segmentación, etc. cómo ella lo juega eso me parece sublime, digno de estudio. Está en todos lados, habla en todas partes, dice todo lo que quiere decir, comenta de política, es feminista radical y políticamente incorrecta contra cierto feminismo, forma parte de la industria y señala sus demonios. Y además le cae bien a todo el mundo, nadie se ofende. No sé, es una crack. Y Nuestra parte de noche un clásico hispano, creo yo.

En el plano internacional creo que Solenoide de Cărtărescu, Los libros de Jacob de Tokarczuk, Patos, Newburyport de Ellmann, son clásicos desde ya. Soy reciente fanático de Pierre Michon, que me tiene obsesionado. Pero es verdad que en literatura traducida leo más siglo XX, algunos clásicos, no me atrevo a mapear la actualidad porque tengo muchos huecos.

P. ¿Clásico literario favorito? ¿Por qué?

R. Gargantúa de Rabelais. Por salir del tiesto. La Odisea, la Divina comedia, el Quijote, y Shakespeare ya se han usado demasiado. Me quedo con el sacerdote irreverente, con el erudito carnavalero (volviendo a la cultura del festival), con el glotón afable y escatológico. Y también por lo que decía antes, un clásico según lo empiezas a leer es otra cosa y mucho más de lo que te podías imaginar y eso me pasó con Rabelais como con ningún otro (Shakespeare también, en realidad).

De los clásicos contemporáneos Ficciones de Borges creo que siempre será el libro que más me impresionó leer (la 2ª vez, la primera tenía 14 años y no entendí nada). Pero creo que son Baudelaire, Benjamin y Beckett los escritores a los que hay que volver hoy. Entre los tres fundan el género de la literatura del fragmento, que a mi modo de ver es la que está estableciéndose para sustituir el género novela. El esplín de ParísCalle de sentido único y los textos breves de Beckett que en español publicó Tusquets bajo el equívoco título de Relatos, para mí son un canon al que me gustaría adscribirme. Si a eso le añades el género Diarios, los de Plath y Pizarnik en particular, da para fundar la literatura del futuro.

Ya está ahí la fusión de géneros, ensayo, narración, poesía, el paseo como reflexión, la mística atea, la autoficción y todo lo demás, todos libros escritos desde el fragmento, el tamaño de la literatura en tiempos de internet.

P. La escritora María Roig afeó tu crítica de ‘Ama de casa’ aludiendo al estado en que la escritura tuvo lugar y a las limitaciones del cuerpo, lo que me hizo pensar en una idea a la que recientemente le di bastantes vueltas: la única literaria genuinamente marxista hoy es aquella que tiende puentes entre la calidad literaria de un texto y los adelantos percibidos por la editorial (es una provocación, pero bueno, supongo que es un presupuesto del que podemos hablar). ¿Es posible hacer crítica literaria al margen de las condiciones de escritura, cuando es ampliamente sabido que los adelantos editoriales vienen reduciéndose desde hace años?

R. He de decir que luego tuve una amable y muy enriquecedora conversación con María Roig por DM que se debe quedar en el ámbito privado, pero que me parece importante destacar que no fue un conflicto, ni un problema entre ambos. Luego nos explicamos cómo lo veía cada uno y hasta pudimos debatir sobre ciertos temas de la escritura y la publicación muy interesantes. En todo caso, la pregunta que planteas es un problema relevante que no sé cómo resolver.

No quiero caer en cierta mistificación romántica de la literatura, muy reaccionaria, como si el arte fuera algo áulico al margen de la sociedad, donde solo importa el valor y la calidad artística. Creo que es peligroso. Pero tampoco me parece que nos ayude en nada disolver la categoría de calidad. Cada cultura debe explicarse a sí misma, y para eso necesita un criterio para valorar sus objetos culturales, y esa es la labor de la crítica, señalar el nivel alcanzado en cada caso, y para eso hace falta un criterio de valor. Seguramente (como todo en estos tiempos) tenemos que reformular ese criterio, repensarlo tras tantas transformaciones culturales y tecnológicas, quitarle pedantería, academia, elitismo, pero no renunciar a él.

¿Las condiciones materiales de escritura se deben tener en cuenta? Para mí no. Un texto no puede ser mejor o peor por quién lo ha escrito o cuál era su jornada de trabajo. Ahora bien, sí puede ser mejor o peor por dar articulación textual a su identidad discriminada o su precariedad laboral. En ese sentido las condiciones materiales, para una crítica marxista, son relevantes al interior del texto, y no solo a nivel temático, sino a nivel sintáctico y formal. En ese sentido, hay muchos libros que se presentan muy progresistas porque tratan tal tema o tienen tal personaje, y cuando los lees todas las articulaciones lingüísticas y procesos narrativos que encuentras adentro son prácticamente fascistas. Yo creo que la política de un texto se juega adentro del texto. Ahí veo yo el compromiso político de la literatura, en el uso de las palabras.

Es cierto que una persona migrante con una realidad social discriminada dispone de un dispositivo vivencial muy potente para crear una gran obra literaria, cosa que yo, niño blanco burgués acomodado seguramente no tengo mucho que aportar. Ahora bien, si el libro del migrante es malo, porque está mal escrito y no hace más que repetir tópicos con palabras grandilocuentes que no dicen nada, el valor del texto será bajo. No estoy hablando de estilo, de palabras complicadas o eruditas, ni nada de eso. Estoy hablando de textos poderosos y radicales que con las palabras movilizan cosas.

Me hago cargo de que esa persona discriminada o precarizada tiene condiciones de producción menos confortables que dificultan el trabajo literario. Para mí una crítica literaria marxista tiene que buscar esos textos, identificar esos procesos lingüístico-políticos y dar valor a la mejor articulación de nuestras realidades discriminadas y de injusticia social.

Aparte, que las editoriales se hayan convertido en otro de los sectores explotadores de nuestro mercado laboral y que encima se intenten blanquear vendiendo que la cultura y los libros son democracia y son emancipatorios, me parece una vergüenza como ciudadano y como persona interesada en la cultura. Pero no veo en qué forma puede decirme algo del nivel literario de un libro saber a qué hora salió de trabajar la autora.

P. ¿Qué tipo de lector eres? ¿Cómo lees? ¿De qué manera estableces tu ‘dieta lectora’? ¿Con qué regularidad lees?

R. Suelo leer varios libros a la vez. Cuantos más libros a la vez significa que más inestable emocionalmente estoy. Si leo uno del tirón sin alternar con otros es que estoy verdaderamente sano en ese momento y suele ser un clásico bien decimonónico. Aún así, no creo que la lectura sea terapéutica. A mí al menos no me pasa. Me genera inquietud, placer, éxtasis místico, desgarro, fiebre, pero calma no.

Leo todos los días, demasiado a veces, por la mañana preferiblemente, varias horas, lápiz en mano, anoto ideas y subrayo mucho, a veces indiscriminadamente, como acompañamiento de los ojos, pero tengo símbolos útiles para luego encontrar lo que me interesa de libros leídos hace tiempo: exclamación, corazón, carita llorando, flecha, doble flecha, y demás.

Mi dieta es básicamente narrativa, últimamente más filosofía y poesía, me da un poco de pereza el ensayo aunque luego los disfruto. Y la guía para elegir entre tantos títulos en este mercado inflacionado son las editoriales, sin duda, algunas como Anagrama se me han caído un poco y otras surgen de la nada como Wunderkammer; y dos o tres cuentas de Instagram que obedezco religiosamente y no revelaré para que no se gentrifiquen (como decía Fresán).

P. ¿Hacia dónde crees que va la literatura? 

R. Al fragmento y la hibridación. Es quizá un tópico, ya lo hemos visto todos, pero me parece que es una tendencia que se va a asentar.

En el Renacimiento el género hegemónico fue la poesía, en el Barroco el teatro, la Ilustración el ensayo filosófico y en la edad Contemporánea, siglos XIX y XX la novela. Esto es una simplificación muy burda, pero sirve para ver los movimientos en nuestra literatura.

Yo creo que la época de la novela acabó y que el Fragmento de texto+intimidad del Diario, quizá con otro nombre, reformulado, mezclando narración, ensayo, crónica y poesía, de la forma que sea, fragmento+diario será el género del siglo XXI y XXII, y lo que dure hasta que haya otra transformación técnico-cultural fuerte.

Hace una década más o menos Piglia hablaba de cómo las innovaciones tecnológicas (mencionaba la máquina de escribir, el grabador de voz y el cine) transformaban las corrientes literarias, y se quejaba de que la aparición de internet y las redes sociales ya había aparecido en las novelas temáticamente (los personajes enviaban emails en vez de cartas), pero no veía que hubiera transformado la forma literaria. Creo que Piglia estaría de acuerdo en que ahora sí, podemos ver el impacto de internet, y podemos leer por fin la literatura de nuestro tiempo: la literatura del fragmento.

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«La industria editorial la conforman unos pocos ricos que fingen que les gusta leer»