«La industria editorial la conforman unos pocos ricos que fingen que les gusta leer»

¿Prescindible o imprescindible?

Una reseña de La solicitante, de Nazli Koca

Salvo que seas un parásito financiero, la mayoría de las personas a las que verdaderamente le gusta la literatura rara vez tiene tiempo para concentrarse en un libro y ponerse a leer como les gustaría. Ahora bien, ¿el problema es de la persona —liquidada, alienada e intelectualmente invalidada por un sistema de producción y consumo que es una picadora de carne cerebral— o del libro —que ha sido escrito por una persona que no tuvo en cuenta las vulnerables condiciones de lectura a la que el común de los mortales está sometida? Hipótesis a vuelapluma: la única literatura genuinamente marxista que podemos considerar hoy es aquella que permea en nuestro cuerpo incluso después de la más abominable y exhausta jornada laboral, que es algo que pasa con La Solicitante, de Nazli Koca (publicada en Editorial Mapa, bajo la traducción de Gala Sicart). Imprescindible. 

Armada en forma de diario, y, sin embargo, con una historia detrás que hace que la suma de las entradas conforme un relato total, La solicitante narra en primera persona la peripecia de Leyla, estudiante turca en Berlín con una vida frágil, vapuleada por sus aspiraciones creativas, la noche de la capital alemana y su cultura de clubs y la tortura burocrática que implica la experiencia migrante, siendo el último o penúltimo eslabón de la cadena. E incluso si el libro ha sido comparado con las reinas internacionales de la literatura milenial, léase Ottessa Mosfegh y Sally Rooney, hay algo en la suciedad berlinesa expuesta que hace que la obra se sienta con una, vamos a decirlo así, autenticidad mucho mayor que la que empapa el mismísimo centro del canon de nuestro tiempo. Para escribir La Solicitante, se ha vivido. 

Como sea, nada mejor que un racimo de subrayados para explicar La Solicitante. El libro habla por sí solo: 

«Hoy los únicos solicitantes de asilo que conozco son mis amigos sirios con los que voy al Sisyphos. Aunque ahora se dediquen a salir de fiesta y vender droga, todos han tenido que cruzar mares y fronteras, esquivar los proyectiles de mortero y los disparos de kaláshnikov de su propia gente, de sus gobiernos. Los únicos turcos que sé que buscan asilo son los escritores, artistas y académicos a los que hubieran arrestado si no hubiera huido».

«Nadie quería nada conmigo y yo no quería nada con nadie. Yo lo único que quería era más speed, más ketamina y más cocaína». 

«Follamos durante un rato en el centro del laberinto, hasta que nos acordamos de que íbamos muy puestos y de que nadie se correría. Recuperar la consciencia fue triste: los dos habíamos ido allí por elección propia, nos habíamos tomado encantados todas esas rayas, nuestros cuerpos se habían contraído juntos con urgencia, para después darnos cuenta de que todo aquello acababa resultando en nada; todos esos pasos, para llegar a ninguna parte». 

«No hay para mí nada mejor que el cuerpo de un hombre para relajarme después de una noche de fiesta. Heidi dice que son las hormonas. Yo creo que es porque he perdido toda esperanza de que un hombre me pueda contar nada por lo que merezca la pena seguir despierta». 

«Deseo que me echen tanto como deseo conservar mi trabajo».  

«La industria editorial la conforman unos pocos ricos que fingen que les gusta leer». 

Anterior
Anterior

Jorge Burón, crítico literario: «La crítica cultural se volvió complaciente, pero al menos dejó de ser bravucona»

Siguiente
Siguiente

Entrevista a la autora Leticia G. Domínguez