La cuerpa: entrevista a Uri Bleier. Cuerpas, maternidades y la voz trans.
Mariana Castro, colaboradora de rrefugio., charla con el autor Uri Bleier sobre su novela Esta cuerpa mía, publicada en Editorial Alfaguara
Desde el título de tu libro elegiste la palabra “cuerpa” en lugar de “cuerpo”. En entrevistas también has hablado del verbo “acuerparse” y del impacto que este gesto —político y afectivo— ha tenido desde los movimientos trans hacia quienes escriben y viven en las disidencias sexuales. ¿Qué significan para ti estas palabras? ¿Qué peso tienen en tu escritura y en tu forma de estar en el mundo?
Últimamente he estado pensando en la palabra “cuerpa” a raíz de un comentario sobre la novela en que la tachaban de utilizar el lenguaje inclusivo. A pesar de que la utilización en ciertos contextos del lenguaje inclusivo es política, creo que hay una diferencia fundamental con el uso de la palabra “cuerpa” y algunas reapropiaciones.
Se utiliza la palabra “cuerpa” para señalar y me parece que lo que se busca es, justamente lo contrario a lo que busca el lenguaje inclusivo, excluir. Se usa “cuerpa” para puntualizar, para acentuar un cuerpo en específico. Se usa “cuerpa” como podría utilizarse un error cometido a propósito, obligar al otro a poner atención. La palabra no incluye el cuerpo del hombre, tampoco el de otras mujeres. Cuerpa es una forma de nombrar lo específico, la experiencia encarnada. Cuando se dice cuerpa no se hace referencia a la potencia de los cuerpos. Cuerpa no es tampoco el recipiente del yo. La cuerpa es la consecuencia de una historia, de una falta, de ciertos maltratos y de muchas experiencias. La cuerpa es el resultado específico de lo que los gringos llaman nurture y nature.
La cuerpa es, para mí, la forma intuitiva que encontraron las mujeres de unificar mente, alma y corazón. Esta palabra logra, en parte, devolvernos a nuestro estado de especie y ayudarnos a entender que somos una misma cosa y que esa dicotomía filosófica en la que metimos al cuerpo, nos ha impedido, en muchos casos, entendernos.
Como escritor me gusta acércame a la gente que trabaja con el lenguaje, que lo utiliza como herramienta política, que le falta al respeto, que lo ensancha sin querer queriendo y juega con él. Me gusta pensar que mientras escribo formo parte de un parque de diversiones en el que nos han encerrado a los locos, a los maricones, a las trans, a las mujeres, a los unicornios, a las quimeras.
¿Qué pensabas sobre el cuerpo antes de escribir la novela y qué cambió durante el proceso? ¿Cómo caben en él —el cuerpo— ideas como la herencia, la biología, los ancestros y la identidad?
Hasta el día de la presentación no fui consciente de cuánto ha cambiado mi idea sobre el cuerpo. Tengo mucho tiempo pasando ratos largos en Cuba y cuando llegué a presentar la novela, Federico Guzmán Rubio señaló que era un texto caribeño en la forma de tratar al cuerpo. Una frase suelta encendió la luz. El cuerpo, en el caribe, se trata diferente al resto del mundo. No es algo que se esconde y se aleja del pensamiento, es el centro. Somos cuerpo, potencia.
Pensando sobre esta misma línea, a raíz de la escritura de esta novela entiendo que tenemos dos herramientas para atravesar el mundo: cuerpo y lenguaje. Es la interacción de estas dos, con nosotros y en relación con los demás, que ocupamos espacios, que existimos.
Qué somos, quiénes somos, cómo nos ven los otros, es un factor determinante de la vida posmoderna. Ahí entran las palabras que mencionas. La herencia y los ancestros son una especie de intangibles y/o verdades intersubjetivas que otros nos han regalado. Los mitos humanos atraviesan estos conceptos y se acuerpan, caen sobre una y cobran vida en un recipiente visible, que no solo vive sino que es sujeto a escrutinio. La biología es solo cuerpo, imagen, funcionalidad. Y sobre esa cuerpa es que podemos entender la identidad, que para mí refleja la relación que menciono entre cuerpo y lenguaje.
Espero que esto cambie (seguro lo hará), pero mientras, entender que tenemos que pensar y repensar estas dos herramientas me ha abierto un campo de acción que me gusta explorar mientras escribo.
Te presentas como chilango, judío y joto —y lo dices con orgullo. ¿Dónde has encontrado, desde la literatura, un lugar para reconocerte en esas tres orillas?
Es un orgullo humilde, es casi aceptación. Somos, de base, lo que nos ha regalado la suerte. No hay necesidad de huir, pero tampoco de construirnos únicamente a raíz de esto. A partir de los últimos acontecimientos políticos pensé mucho en si utilizar o no la palabra judío. Tuve miedo. Y no porque milite en ni desde esta palabra, sino porque es lo que soy, irremediablemente. No soy creyente, me interesan muy poco las religiones como tradicionalmente se piensan. Lo que me parece sintomático de los tiempos que corren es el pensamiento de autocensura. Me aterra la posibilidad de que un adjetivo me impida tener una conversación y conectar con otra persona.
Este libro es un primer ejercicio de acercamiento a una de estas tres palabras. Es mi forma de conectar con los ancestros y las mujeres trans que, gracias a sus luchas, me permiten vivir con los derechos (todavía insuficientes) que tiene la comunidad hoy en día. Este libro es una especie de homenaje a las que vinieron antes. Sería interesante dedicarle un libro a cada una de estas palabras. Quizás haya aquí tres posibilidades de novela.
Desde el inicio, tu novela suena a monólogo. Una voz súper intensa, casi teatral, donde brillan los tacones y huele a Mónica, el personaje que protagoniza y narra tu novela. ¿Cómo construiste esa voz tan verosímil y envolvente?
Desde que leí Tengo miedo torero, de Pedro Lemebel, supe que quería escribir algo que pudiera dialogar con sus libros. En esa genealogía entró también Manuel Puig, Luis Zapata, Copi, Eduardo Mendicutti. Son mis abuelas y a las abuelas hay que venerarlas. Quería trabajar con el lenguaje, que fuera él quien llevara la narración. Desde una novela anterior a esta (no está publicada) empecé a enamorarme del español mexicano así es que quería seguir explorándolo desde una voz muy cuir, muy marica, muy trans, muy de la calle. Explotar el cliché y enaltecerlo. La sociedad ha utilizado este cliché para lastimarnos, yo lo quería usar para mostrar lo perras y chingonas que somos les que crecimos sintiéndonos menos por formar parte de la diversidad. El trabajo fino estuvo en leerlos a ellos, en buscar referencias en YouTube e Instagram, en afinar el oído a las formas callejeras y en construir una playlist que me provocara las sensaciones sobre las cuales construir la voz.
Y hablando de personajes, hay otro que brilla todo el tiempo y es Rosy, esa madre adoptiva que aparece desde el cuidado. ¿Cómo piensas la maternidad en esta novela? Esa que no nace del cuerpo ni de la sangre, sino de la ternura que tanto necesitan los cuerpos trans.
Maternar es una palabra que me gusta mucho porque es un verbo que puede ejercer cualquiera. Es una forma de pensar ampliamente los trabajos que tradicionalmente hace la madre, pero que, en muchas ocasiones, debido a su ausencia, ocupa alguien más. Sobre todo, en la calle existen estas figuras que me parece nos ayudan a pensar en una sociedad que se adapta a las carencias. En un mundo sin fisuras todos tendríamos madre y padre, pero es hermoso ver cómo los seres humanos tejemos redes de ternura. Me gusta que en esta novela existan varios modelos de madres. El de la mamá de Mónica, el de Rosy como mamá adoptiva, el de la abuela, el de su hermana. Desacralizar términos me parece fundamental para adaptarnos a los tiempos y las circunstancias.
Esta cuerpa mía es un libro lleno de humor, y Mónica te hace reír desde las primeras tres frases de su historia. ¿Desde el inicio pensaste la historia con ese tono, marcando cada paso de su transición con humor, o fue algo que se dio mientras escribías como una forma de narrar lo violento y lo difícil sin revictimizar lo que viven tantas mujeres trans.
Mientras le hacía las entrevistas a Kassandra Guazo pensaba en su historia y reflexionaba sobre cómo había podido resistir la vida que estaba atravesando. Observándola a ella y a muchas otras mujeres trans entendí que es el lenguaje una de las claves para levantarse y seguir. Creo que sin el humor sería casi imposible sobrellevar algunas experiencias. El humor como política de sobrevivencia. Dicen Kenya Cuevas y muchas mujeres trans: ser felices será nuestra venganza. En ese dicho está la esencia de una comunidad que ha sabido levantarse una y otra vez y mostrarnos cómo es que se vive una vida digna. Para no revictimizarlas era necesario replicar en la novela las tecnologías de sobrevivencia que ellas han construido y hacerles una especie de homenaje.
Hablemos de libros en tu proceso de escritura. ¿Qué libros te acompañaron mientras escribías? Esos que tenías al lado como oráculo o como consuelo, y que te ayudaron a darle forma —y voz— a esa cuerpa.
Tengo miedo toreo, de Pedro Lemebel fue sin duda el más importante. Fuera de las referencias que ya mencioné creo que El otoño del patriarca, de García Márquez y Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor, fueron muy importantes para construir un narrador que te agarra y no te suelta. Rulfo fue fundamental para entender que no solamente tenía que construir una historia sino un mundo y una atmósfera para la novela. Y por último, María Fernanda Ampuero y Mariana Enríquez. Entender las posibilidades de un género como el terror me sirvió para escribir algunos de los capítulos más oscuros de la novela.
¿Cómo ves el panorama literario actual? ¿Qué te entusiasma de lo nuevo que se está publicando y qué te tiene ya un poco cansado? Y si hablamos de literatura trans —o sobre lo trans—, ¿qué búsquedas o aproximaciones narrativas te gustaría ver más seguido? ¿Qué relatos hacen falta?
Me emociona mucho ver que son las mujeres quienes dominan la escena, no solo en la escritura sino en la lectura. Quizás siempre fueron las mujeres quienes más leían, pero ahora nos queda claro a todos. También me entusiasma observar que los clubes de lectura son un elemento clave, incluso para las editoriales. La sociabilización de la lectura me parece fundamental en los tiempos que corren. Si esto sigue sucediendo creo que veremos aumentos importantes en la cantidad de libros leídos al año.
Me cansa que le hagamos a los libros lo mismo que a la gente, etiquetarlos y asignarlos a un estante específico. Los maricones o les trans para acá, las mujeres para allá, la gente racializada para un lado y los de siempre, literatura universal. Me parece que incluso el periodismo tiene culpa en esto. Tenemos que buscar nuevas preguntas, reformular la conversación, pensar desde otro lugar.
Yo creo que vamos por buen camino, no estamos dónde queremos, pero poco a poco observo que las narrativas no dominantes acaparan más lectores así es que si seguimos por este camino, en unos años, el lobi gay habrá triunfado … y soporten.